lunes, enero 05, 2009

artistas callejeros.

Esos que para no ceder a la muerte que produce el poder, la opulencia, la mentira, la vanidad de “ser” si hay dinero; se visten de otarios, dramaturgos, bailarines, cómicos con hambre.
Las luces encienden el festival animando a los tímidos y a los prejuiciosos.
Andan con su arte a cuestas, deambulando entre almas sedientas de palabras, de colores…de expresiones.
Huelen a sahumerio, a mate de días entero como única comida; a ropa regalada, a amores abandonados.
Tienen la locura fresca de dar, compartir sosteniendo las lágrimas con los ojos apretados más allá de lo posible.
Los miran con desdén, hasta con desprecio alegrándose con orgullo que “sus hijos no son así”. Ellos no hubieran “permitido algo semejante”. No, de sus hijos nunca fluirá arte escénico; no sabrán de literatura; jamás serán malabaristas…ni pintores de mala muerte”. “¡Jamás se parecerán a esos!”
Los artistas callejeros simulando ser indios, se sientan en ronda, en el suelo frío nomás, y comparten masas del día anterior. Se intercambian sonrisas y algunas angustias…
¿Sabían que ser un artista callejero sin nombre, sin lugar, sin mecenas es convertirse en un “ser marginal”?
Yo no lo sabía.
Mi hijo me lo dijo antes de partir con una mochila cargada de acrílicos, algunos lápices, unas apretujadas hojas…y lo más importante…un par de sueños.
Virginia Ciccacci

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